Literatura es libertad

Entrevista a Cristina Peri Rossi, diciembre de 2008, Barcelona.

Publicada por la revista Matices, junio 2010, Alemania.
Montevideo, Uruguay

Cristina Peri Rossi me recibe en su apartamento, con vistas a los edificios y terrazas de Barcelona. Desde allí, algunos días incluso se divisa el mar. En diciembre de 2008, la escritora fue galardonada con el prestigioso Premio Internacional de Poesía Fundación Loewe, otra distinción más en su carrera de poeta y narradora. Nacida en Montevideo, Uruguay, el 12 de noviembre de 1941, participó en las revueltas de los años sesenta. Su nombre y su obra fueron prohibidos en su país, y tuvo que exiliarse a España en 1972. Debido a sus actividades políticas, dos años más tarde tuvo que emigrar de nuevo, esta vez a París. Regresó a Barcelona en 1974, donde obtuvo la nacionalidad española. Es una de las escritoras más reconocidas en el mundo hispanoparlante, asociada al boom de la literatura latinoamericana de los años setenta y ochenta. Como escritora, Peri Rossi ha sido muchas veces pionera, abriendo camino a las escritoras que la siguieron. Su obra abarca todos los géneros: poesía, relato, novela, ensayo, artículos, y ha sido traducida a más de quince lenguas. Peri Rossi ha creado su propio estilo, su propio lenguaje. Su poesía es audaz, apasionada, corpórea, expresiva, moderna, despiadada. Es el lenguaje seductor del deseo.

Ulrike Prinz: ¿Cristina, te consideras una persona “libre”?

Cristina Peri Rossi:

Sí, aunque la libertad absoluta es imposible. Yo me comprometo mucho con las situaciones emocionales, afectivas; la emoción siempre es un compromiso para mí. Por ejemplo, este año la Organización de las Naciones Unidas me invitó a dar una conferencia sobre los sesenta años de los derechos humanos, en reconocimiento a mi labor en la lucha por la justicia, la libertad, la democracia y la igualdad. En este sentido, no soy libre, en la medida en que tengo compromisos éticos, que a su vez implican unos deberes. Esos deberes yo los transformo en deseos, ya que la libertad se logra cuando uno consigue convertir los deberes en deseos. En mi caso, el deseo está tan superpuesto al deber que soy muy feliz haciendo las cosas que debo hacer éticamente, y me sentiría muy mal si no las hiciera.
Lo que sí siento es una gran libertad para pensar, y para hacerlo con respecto a los prejuicios y las cosas que uno hereda o las ideas propias de una época; además, me interesa mucho ponerlos en tela de juicio. Quizás esto me viene de la infancia, porque los niños suelen ser bastante lógicos. Freud dice que hay un sentido innato de la igualdad y de la justicia muy arraigado en los niños. Yo lo he sentido desde muy pequeña y lo he desarrollado. Eso me ha ayudado mucho, porque el debate interior se produce cuando la lucha por la libertad perjudica a los intereses particulares o subjetivos. Conozco a escritores y escritoras que no se han comprometido en la lucha contra las dictaduras porque temían que sus obras fueran prohibidas, como ocurrió con las mías. Mi nombre estuvo prohibido en Uruguay durante quince años; una emisora de radio fue cerrada sólo por nombrarme. Durante los trece años de dictadura, mis amistades tuvieron que quemar mis libros porque corrían el riesgo de ser arrestados.
Si tengo la conciencia tranquila, soy feliz, y no se me plantea ese debate entre los logros y objetivos personales y la conciencia. En Brasil, durante la dictadura quedaron muchos escritores y escritoras –hoy con premios importantes– porque ni se exiliaron ni criticaron la dictadura. Ahora, cada cual tiene que resolver eso a su manera. Creo que lo más que le puedo pedir a un artista o intelectual es que esté a la altura de su obra, que su vida esté en consonancia con sus principios. A mí, por lo menos, me da cierta tranquilidad.


UP: ¿Y hay mucha diferencia entre la libertad política, y la libertad literaria y personal?


CPR: La literatura tiene que tener libertad porque es justamente en el arte donde podemos poner las fantasías; incluso las cosas que están prohibidas podemos volcarlas en la literatura...

UP: ¿Y puede ser una guía?

CPR: Exacto. Hasta las cosas que permanecen fijas a lo largo de la vida, como el sexo. Yo cuando escribo puedo ser, por ejemplo, un perro. Puedo utilizar la primera persona y trasladarme a otra manera de ser. Suelo hacerlo con frecuencia en la narrativa, donde utilizo mucho la primera persona como instrumento literario para lograr la cercanía con el lector, la identificación. Es una gran libertad para mí poder ponerme, llegado el caso, en el lugar de un hombre. Tengo un relato muy famoso, titulado “Conversación con el ángel”, sobre un hombre casado al cual su mujer abandona por una mujer. Intento meterme en la cabeza de un hombre heterosexual que no entiende nada, que se desespera porque quiere entender y que se siente excluido. El personaje está desesperado, recorre la ciudad de noche, se emborracha. De pronto, sin darse cuenta, entra en un bar gay, lo que hace que se sienta más confundido, más violento, más agresivo; se acerca a una mujer, que en realidad es un travestido, le empieza a hablar y al final le agarra del cuello y le pide que le explique qué hacen dos mujeres. Y la explicación que este personaje le da permite que se abra la puerta de su entendimiento a lo que hasta entonces le provocaba ira y esa sensación de traición.
Esta libertad es, a su vez, también un riesgo de la escritura. Una juega permanentemente a sentir lo que otros sienten, sobre todo en las novelas. Y, a veces, me cuesta volver, separarme del personaje. Yo siempre digo que los escritores no debemos vivir solos. Hay momentos en los que necesito que alguien me diga, por ejemplo: “No fuiste a la tintorería” o “Anda a comprar el pan”; eso me obliga a volver a la realidad. La frontera entre lo real y lo imaginario es muy frágil, y cuando estoy involucrada en ese mundo imaginado me cuesta salir, porque es muy estimulante: ahí uno es casi Dios. Yo soy atea, pero inventar un personaje, que se siente casi como algo propio, acerca un poco a la idea de la creación divina. Por eso, cuando termino un libro, sobre todo de narrativa, paso una semana de depresión. La llamo “la depresión postparto". Ya no está dentro, está fuera..., deja de ser mío.

UP: La cuestión de la identidad del autor y del personaje es un tema interesante. Siri Hustvedt en su ensayo Being a Man confiesa que en sus sueños es un hombre y que ella escribe desde la perspectiva de un hombre.

CPR: A veces eso es más fácil, porque escribiendo como mujer se corre el riesgo de hablar sobre una misma. En mi última novela, El amor es una droga dura, el personaje masculino está escrito en primera persona. Manuel Vázquez Montalbán la presentó en Barcelona y Vicente Verdú en Madrid, y recuerdo que luego los dos me preguntaron: “¿Cómo es que te metes tan bien en la cabeza de un hombre?”. Es una facilidad que hay que aprovechar –porque si no toda la literatura sería biográfica (aunque siempre hay elementos biográficos)–, y también la posibilidad de trasladarse a otra época..., al siglo XVIII o al XXV. Eso a mí me ensancha muchísimo mi libertad.

UP: Volviendo al tema de la libertad. Hace exactamente cuarenta años que el mundo se movilizó y emprendió una lucha por la libertad. Tú, que perteneces a la generación del 68, ¿cómo viviste –como testigo y protagonista– la revolución estudiantil en Uruguay?

CPR:
Me gustó mucho el análisis sobre el 68 de la revista Humboldt. Es el mejor que he visto, porque el 68 no fue tan importante en Europa como en EE.UU. y en América Latina. La Revolución Cubana del 59 es quizás lo que contribuye a su importancia en América Latina, pues le da una perspectiva de futuro a la revolución y la hace posible, también para Europa. Aunque Europa, después de dos guerras mundiales, estaba totalmente deprimida, y tuvo que colocar lejos la utopía y la revolución. Régis Debray, un intelectual francés que fue a luchar a Cuba, es un ejemplo de la admiración que se sentía en Europa por estos movimientos revolucionarios, que después tuvieron que pagar el precio de la realidad. Las revoluciones tienen que enfrentarse en algún momento con las condiciones reales, y ahí empiezan a demostrar que no siempre son capaces de sostener sus ideales, que, en último término, no son más que una guía, es muy difícil traducirlos.
Para mí, el 68 es un movimiento antiautoritario. En los lugares de Uruguay donde se consiguieron algunos logros, la universidad empezó a ser un órgano representativo, donde los representantes de los estudiantes eran tan numerosos como los de los burócratas, los funcionarios. Y también supuso la libertad sexual.

UP: A eso voy...

CPR: Aunque yo, que tengo buena edad y experiencia en izquierdas, te puedo decir que la izquierda es tan reaccionaria en este punto de vista como la derecha.

UP: Sí, libertad sexual sí…, para los hombres...

CPR: ... pero no para las mujeres. Quizás lo más terrible es que las mujeres se confundieron. Al permitirles formar parte de la guerrilla uruguaya, pensaron que estaban en pie de igualdad con los hombres, pero no tuvieron acceso a puestos dirigentes del aparato político. Podían participar fusil en mano, pero a la hora de tomar decisiones, ellas no contaban. Fueron usadas como carne de cañón. Además, hay otra cuestión de la que no se ha hablado, y en la que yo insisto mucho, que demuestra hasta qué punto siguen funcionando las jerarquías patriarcales en el enfrentamiento con el poder: todas la mujeres guerrilleras, al ser arrestadas, fueron violadas. ¡Todas! No se perdonó a ninguna. Y, después, les dieron las mismas palizas, y las mataron igual. O sea, la violación sigue siendo utilizada como instrumento de dominación y sobre ello no ha reflexionado la izquierda. Porque las mujeres estaban en calidad de compañeras de los guerrilleros. También por eso, pocas mujeres se exiliaron solas. Se exiliaron porque se exiliaba su compañero.
Otra cosa importantísima del 68 es el movimiento antipsiquiatría; se comprendió que el electroshock no era la solución. Y, además, el movimiento sesentayochista permitió la apertura de pensamiento. ¡Fue la última vez que una generación creyó que podía cambiar el mundo!

UP: Hablando del exilio, ¿cómo ha influido en el escenario de la narrativa contemporánea?

CPR: Hay toda una corriente de literatura del exilio desde Virgilio, que fue un exiliado. En la Antigüedad era el principal castigo. La corriente de los filósofos pesimistas griegos tiene este aforismo tremendo: “Lo mejor es no nacer. Pero en el caso de nacer, lo mejor es no ser exiliado”.

UP: ¿Tú también lo vives con tanta dureza?

CPR: Mientras duren las dictaduras, es una situación muy dolorosa. El emigrante económico, que sale de su país con la ilusión de hacer dinero para volver, va a conocer un lugar donde se vive mejor. En cambio, el exiliado es echado a patadas del lugar donde nació. Por lo tanto, vive el exilio como un castigo y una gran pérdida. Los exiliados, tanto los de la guerra mundial como los de la guerra española o como nosotros mismos, hemos perdido una guerra. Consecuentemente, somos los derrotados.
Es muy confuso, porque, por un lado, se tiene un sentimiento de culpa muy fuerte, muy duro. Se siente que se ha traicionado a la gente que ha luchado y, en último extremo, se siente culpa por haber salvado la vida. Por otra parte, se idealiza lo que se ha perdido, porque se ha perdido involuntariamente, como cuando se nos muere alguien.
Yo sufrí, sufrí muchísimo, pero no publiqué el libro que escribí en el exilio, los poemas. No quise publicarlos hasta que no cayera la dictadura. Me parecía que cultivar el dolor era una manera de hacerlo más fuerte. Mientras, lloraba porque no estaba en Uruguay. Participaba en la vida española, diciéndome a mí misma –haciendo honor al internacionalismo socialista– que era lo mismo combatir a Franco que a Videla o a Pinochet, o al dictador de mi país. Y que era lo mismo luchar por el socialismo en España que en Uruguay. Pero lo que sí se pierde es la historia personal, los nombres y los recuerdos que no se pueden compartir. Por eso, todos los exiliados tienden a formar guetos. Nos juntamos, aunque no haya otra afinidad, para compartir al menos un pasado, o las referencias exteriores. Pero no conviene cultivarlo mucho, porque hay que tratar de integrarse en el lugar. Es más fácil hacerlo cuando ya la dictadura ha caído, porque, entretanto, estás viviendo en dos lugares a la vez y no sabe qué vas a hacer. Las únicas dos personas que conozco que nunca se plantearon el tema fuimos mi compañera, la que se exilió conmigo, y yo. Cayó la dictadura y ninguna de las dos se planteó en ningún momento qué hacer. Ella compró un billete y yo compré un billete, ni siquiera volvimos juntas, pero ni en un momento pensamos en quedarnos... no, no..., sobre todo porque una no regresa nunca. El lugar al que se regresa ya no es, el tiempo y una misma han cambiado, y entonces ya no se puede regresar.

UP: Hay un lema que dice: “Vengo de lejos y escribo en Europa”. ¿Te aplicarías ese lema?

CPR: Yo practico una literatura muy universal.

UP: … más bien cosmopolita.

CPR: Muy cosmopolita. Y soy consciente de que algunos de mis libros, cuando se publicaron en España, estaban muy adelantados a lo que era el lector español o la lectora española, pero yo los publiqué igual. Mi novela La nave de los locos, por ejemplo, es una gran alegoría sobre el exilio, y cuando la edité en 1984, en España la gente no estaba preparada para ese libro. En América Latina quizás tampoco. Eso es algo con lo que se tiene que vivir. La sensación de precocidad o de estar adelantado. Kafka tiene un aforismo precioso que dice que la literatura es un reloj que adelanta. A veces atrasa, pero en mi caso adelanta.

UP: En tu libro Habitación de hotel, gran parte de los poemas tratan de la ciudad, de los espacios transitorios. ¿Qué influencia ejerce la ciudad de Barcelona en tu poesía?

CPR: La primera vez que escribí sobre Barcelona, hace muchos años –en un libro llamado Barce-donas, en el que participamos sólo mujeres–, yo hablaba de que las ciudades tienen sexo. Y a mí me parece que Barcelona es una ciudad bisexual, con elementos masculinos y femeninos. Es una ciudad en la que me siento cómoda, fundamentalmente por el mar. Yo me crié en Montevideo; pasé allí treinta años y no puedo estar mucho tiempo en un lugar que no tenga mar. Me basta con saber que está, me basta con olerlo a veces. Me ahogo, me asfixio, donde no hay mar.
Por otra parte, me tocó vivir una etapa bonita de Barcelona. La de la muerte de Franco, esos años de la transición, en los que estuve vinculada a los poetas, escritores y artistas de esta ciudad. Fue una época interesante, con cierto parecido a lo que yo viví en Uruguay. Allí con más intensidad, porque eran más revolucionarios. Por eso digo que la gauche divine fue siempre más divina que gauche, ¡mucho más divina que gauche! Fue un desperdicio porque no tuvieron suficiente.. Había un grupo de mujeres, Esther Tusquets, Ana María Moix, Beatriz de Moura, que hubieran podido ser el Bloomsbury de Virginia Woolf. Se podría haber dado algo parecido a los salones de mujeres aquí en Barcelona. Pero no cuajó, un poco por pereza y porque el hecho de haber vivido tantos años con la dictadura nos había dejado con un enorme complejo de inferioridad. Digamos que teníamos la autoestima muy baja. Aunque había editoriales, había artistas, había muchos artistas latinoamericanos en este momento...

UP: ¿… a fines de la década de 1970 y principios de los ochenta?

CPR: Sí, cuando empieza la movida en Madrid. Había en Barcelona dos o tres lugares de encuentro: el Boccaccio, Els Quatre Gats y el Bauma, pero eso no prosperó, porque, por un lado, los artistas somos muy individualistas. Y los que se habían quedado, creo que se sentían bastante culpables por no haber resistido lo suficiente a Franco. Además, en esa etapa hubo muchos latinoamericanos, y se creó una especie de rivalidad entre los exiliados y los artistas de aquí. Pero fueron unos años de mucha libertad, de mucha experimentación, que a mí me devolvieron lo que había perdido.

UP: En tu poema “Mi casa es la escritura”, y en otros, defines la escritura al mismo tiempo como punto de partida y también como meta. Las palabras como ultima ratio, como refugio. ¿Cuál es el poder de la poesía?

CPR: Yo creo que es donde las palabras recuperan su fuerza primitiva, porque en el lenguaje coloquial lo que prima es la necesidad inmediata de comunicación; la palabra, lo que tiene de frescura e incluso de erotismo. La palabra es algo que tiene su gusanillo, su musicalidad. Incluso hay palabras que me caen mejor que otras. Esa necesidad de la comunicación inmediata que tiene la novela y también el lenguaje coloquial no cuenta en la poesía. Cuando leo un poema en público siempre digo: “La primera vez lo leo para que se enteren un poco de qué va”. La segunda, vuelvo a repetir el poema y digo: “Ahora ya es lo que quiero decir”. Y la tercera agrego: “Ahora, para que sientan emociones”. En la poesía, las palabras recuperan la fuerza primordial, porque en el tráfico normal la palabra se desgasta. Como en la poesía está suspendido el tiempo y el espacio –las dos coordenadas habituales–, estamos en un espacio de nadie, y en ningún tiempo –en la eternidad, o como se le quiera llamar–. Se parece a la religión, sin tiempo ni espacio. Ahí las palabras recuperan todo su vigor y toda su fuerza. Además, una palabra al lado de otra puede ganar o puede perder; se contaminan, entran en relación entre sí, y eso es un juego.

UP: Como en la música...

CPR: Es que la poesía es música. Tú te das cuenta si un poeta es bueno o malo fundamentalmente por cómo suena. El tema puede ser importante, pero si no suena bien, si no sale la música, no hay nada que hacer.
Esto lo estuve hablando con mi traductora de EE.UU. Le había enviado un poema, titulado “Una experiencia espiritual”, que empieza: “Ella andaba buscando una experiencia espiritual...”, y yo le explicaba que no tenía que poner “estaba”, porque “estar” da sensación de quietud y lo que yo quiero expresar es justamente que esa mujer estaba andando.
En la poesía, cada palabra tiene que tener su justificación. La poesía, cuando es buena, no permite que le quites ni le pongas un vocablo. Es como cuando compones una pieza musical, no puedes poner ni un compás de más... Ese rigor, esa economía se dan en la poesía, y en el relato breve también. El relato y la poesía tienen esa exigencia. Esto lo estudió bien Edgar Allan Poe, que era poeta y narrador, ya que la estructura de la poesía y la del cuento son muy similares.
En la poesía, el primer verso es fundamental; y en un relato, la primera frase. El proceso y La metamorfosis, de Kafka, están escritos como si fueran poesía. En un poema, tienes que acertar con el primer verso y también con el último. En el relato, el final tiene que ser un golpe para el lector. Yo lo hacía al principio de modo instintivo, pero ahora ya llevo una larga experiencia. La primera frase la sé antes; a veces voy en el metro, y tengo una primera frase, y me la tengo que apuntar en un papel.

UP: Has publicado cerca de treinta y siete libros...

CPR: Casi cuarenta libros... y a veces estoy durmiendo, y me sale una primera frase. Y entonces no tengo ganas de encender la luz y apuntarla, y trato de memorizarla, pero no hay manera, aunque sé que va a volver. Puedo tener el tema, pero, mientras no tengo la primera frase, no escribo, porque la primera frase siempre la comparo con la seducción. Si tú de pronto estás en el vestíbulo del cine y pasa alguien que te gusta, si no das con la sonrisa o la mirada adecuadas, se te va. O te sale o no te sale, pero, si no te sale, se va a ir, así que mejor que se te ocurra, ¿no? (Se ríe.)

UP: Te acaban de otorgar el Premio Internacional de Poesía Fundación Loewe por tu libro Playstation. ¿Cuál es el mensaje de este libro? ¿Cuál es su aventura?

CPR: Es un libro muy, muy duro, un libro completamente urbano, de una gran soledad. Este libro sí que es completamente autobiográfico. Eso quiere decir que cada poema cuenta una historia pequeña que me ha pasado a mí. Por ejemplo, un poema que habla de cuando yo estaba recién exiliada, vivía en un barrio obrero, aquí en Barcelona, por San Andrés –un barrio de emigrantes pobres–, y un día salí en la televisión. La televisión era Dios. Y, entonces, cuando fui al mercado, me empezaron a mirar mal, porque pensaban que, si yo salía en la televisión, tenía que ser rica y famosa. ¿Y qué hace un rico y famoso viviendo ahí? Y yo me daba cuenta del malestar, me daba cuenta de que me estaban mirando de reojo, gente que normalmente me saludaba como si yo fuera la vecina de toda la vida..., hasta que un vecino me dijo: “¿Qué está haciendo usted, rica y famosa, entre nosotros, que somos pobres?”. Cuenta sobre todo cosas que tienen que ver con el mundo literario, con la experiencia de tener que vivir de la literatura.
Uno de los poemas que tiene más éxito se titula “Punto de encuentro”, y en él hablo de una experiencia que me pasó. Entro en un sex shop muy grande, cerca de mi casa. Me gusta mucho ir a los sex shop de vez en cuando. Estaba vacío, estaba lleno de cosas –enorme, una superficie inmensa–, y me encuentro con un colega de la universidad, era la única persona que había, un profesor de filosofía. Y, cómo no, los dos nos sentimos un poco turbados, y nos ponemos a hablar de filosofía, de la polémica entre Locke y Hobbes. Y mientras él empieza a hablar de mis libros, yo estoy pensando que él está deseando meterse en la cabina para masturbarse y yo estoy deseando comprar una película porno. O el poema “Formar una familia”, que empieza diciendo que una mujer me gustaba mucho pero me propuso formar una familia. Y yo le pregunto que para qué quiere otra familia, si ya tiene una, tiene padre, madre, hijos, primos... Y ella me dice: “¿Ésa es tu idea de la familia?”, y yo le respondo que no, que tengo muchas más.

FORMAR UNA FAMILIA

Aquella mujer me gustaba mucho
pero me propuso que formáramos una familia
ella ya tenía un hijo
de su primer marido
tenía padre madre hermanos y primos
Otra familia me parecía una redundancia.

¿Para qué quieres otra familia? –le contesté
¿Para que vea cómo tu hijo no baja la tapa
del retrete por miedo oculto a la castración
y cómo tu hermana no cierra la puerta del baño
para no perderse nada de lo que ocurre en el salón?

¿Ésa es tu idea de una familia? –me preguntó.
No, además tenía otras ideas:
gente con la cual yo no me tomaría un café
si no mediara un parentesco
gente que discute por dinero
propiedades cuentas bancarias
gente que no se habla por un asunto
de reparto de sillas o de sofás

y que se reúnen una vez al año
–por Navidad–
sin tener ganas
y se pasan la noche anterior
y el veinticinco de diciembre
comiendo y bebiendo
y haciendo mucho ruido.

¿Tú qué haces por Navidad? –me preguntó, entonces.

Busco una emisora de música clásica
–le dije–
y juego a la playstation.


Trata un poco sobre lo que todos sentimos pero no decimos. Es la desmitificación de todos los rituales de la vida urbana. Y cuento una noche en el hospital de Sant Pau de Barcelona... Es un libro con el que todo el mundo se ríe, yo creo que por nerviosismo. Cuando leo algo de él, siempre salta la carcajada, pero es porque estoy diciendo lo que todo el mundo piensa y no es correcto decir. Es un libro muy, muy incorrecto.

UP: Con eso volvemos a la cuestión de la generación del 68.

CPR: Claro, sí, sí, exactamente. Pero, por otro lado, estoy segura de que es bueno que en un libro esté lo que pensamos muchos y no nos conviene decir. No hay ningún poema de amor, hay una profunda soledad en el libro, pero es la soledad del individuo contemporáneo en las grandes ciudades, en la que terminamos jugando con la playstation. La que crea menos problemas, ¿no?

UP: Claro, siempre se puede ganar...

CPR: Además, cuento anécdotas reales, por ejemplo, que tuve una editora muchos años que es una gran jugadora. Los escritores somos todos muy jugadores. Pero también la literatura es un juego en algún lugar. Cuento que mi editora siempre me invitaba a sus reuniones de póker. Yo le digo que no, porque voy a perder (ella juega con su psicoanalista, con otra mujer y, claro, yo voy a perder), y ella me dice: “Tú juegas con las máquinas al póker”. Yo le contesto que sí, pero que la máquina no tiene nada contra mí, ni yo contra ella. Soy una jugadora solitaria, a todo juego sola, porque luego no soporto la agresividad que hay cuando la gente pierde. Por eso, siempre prefiero jugar con máquinas. El poema termina diciendo que, al no irme con la editora a jugar al póker, es la primera vez que pierdo una oportunidad de perder. (Se ríe.)

UP: Bueno, la última pregunta: algunas veces hablas de la catástrofe del amor. ¿Se puede aprender a amar a la medida justa?

CPR: Mira, yo pienso que a amar no se aprende. Amar es una cosa que una tiene en el corazón. Porque, en último término, si uno no tiene capacidad de amar es difícil que encuentre un objeto para amar, qué sé yo: el perrito, el gatito, el vecino de la esquina. Además, el amar te coloca en una situación de fragilidad y de vulnerabilidad (siempre me acuerdo del poema de William Blake que dice que la sonrisa de la mujer que ama le lleva al paraíso, pero si no lo mira se hunde en el infierno). Sí, nos coloca en una situación de dependencia emocional muy grande, en una situación muy frágil. Pero ¡bendita sea esa fragilidad, porque lo contrario sería ser robot!

UP: Tiene que ver con la libertad también, la libertad interior...

CPR: Sí, sí, lo que ocurre es que algo tenemos que obtener. Todos los seres humanos somos narcisos. ¿Cómo es que nos colocamos en esa situación de dependencia? Algo importante tenemos que obtener. Yo creo que es, por una parte, la intensidad emocional y, por otra, la ilusión. Asumimos esa fragilidad y esa vulnerabilidad en la medida en que va unida a una cuota de intensidad que no tienen otras cosas... Lo comparo con la creación. Lo que ocurre, lo que noto, es que la gente cada vez está menos dispuesta a colocarse en esta situación de fragilidad. Por todos lados, los libros de autoayuda te dicen que hay que evitar la dependencia. A ver, ¿qué están diciendo? Evitar el contacto, el amor… Al contrario, lo que tenemos que hacer es reforzar esos lazos de dependencia. Lo tremendo es depender de una sola persona, pero no los lazos de dependencia. Yo dependo de que me vendan el pan, de que el médico esté cuando le llamo... Sí, vivimos en situaciones de dependencia. Y la interdependencia, por otra parte, es cuando la dependencia es mutua.
A mí me gusta mucho que me interrumpa mi novia a cada rato para decirme “Te quiero”, me parece maravilloso. ¿Para qué quiero yo que no me interrumpa? Estoy rodeada de gente que no quiere que nadie le interrumpa con un mensaje así. Y me parece que el amor hace aflorar con esa fragilidad nuestra parte más sensible.
Normalmente, los libros de autoayuda te dicen: primero hay que amarse a sí mismo y después a los demás. Si te lo tomas en serio, muy en serio, nunca amas a nadie. Porque en el amor hay una entrega, y así te vuelves menos egoísta. Justamente, para mí amar implica renunciar a una cantidad de objetivos. Uno no ama para hacer lo que le da la gana, sino para renunciar en parte a lo que nos da la gana y hacer a veces lo que el otro quiere. Uno tiene que tener en cuenta la satisfacción del otro, porque no somos distintas personas. Pero, en todo caso, creo que el amor no es solamente el amor interpersonal, sino también el amor a la gente, a ciertas ideas, a ciertos objetos y, sobre todo, un amor a la vida, que implica renunciar a ciertos placeres... Yo no tengo ninguna duda de que, de pronto, el sadomasoquismo es muy intenso, pero estoy dispuesta a renunciar siempre al sadomasoquismo, porque creo que el respeto a la vida me lleva renunciar a ciertos placeres que son dolorosos.

UP: Muchísimas gracias, Cristina.



Entrevista a Cristina Peri Rossi

para Semanario Búsqueda
Montevideo, Uruguay

Mayo 2010

¿De qué tratan los relatos de Habitaciones privadas?

Cristina Peri Rossi:
En los dos últimos años, al mismo tiempo que poesía, había escrito varios relatos, de temas y extensión diferentes. Cuando los leí, me di cuenta de que algunos se desarrollaban en habitaciones cerradas: una celda de prisión, la habitación de un psiquiátrico y varios hoteles. Tenían otra cosa en común: reflejaban el mundo estrictamente contemporáneo del capitalismo salvaje, con sus numerosos artilugios de comunicación - celulares, Internet, congresos, pantallas- pero no había verdadera comunicación. Había prisa, pero incomunicación, soledad, y poca esperanza. Es un tema que me fascina: en el primer mundo, a mayor cantidad de aparatos de comunicación, las personas se tocan menos, conversan menos, comparten menos.
Para ser escuchados, pagan al psicólogo, y para ser tocados, al masajista. Pero no son culpables de esta manera de vivir; la responsabilidad la tiene esta fase del capitalismo financiero, salvaje y destructivo. Esta transformación del mundo a principios del s. XXI me inquieta y la observo con la imparcialidad de una cronista. En el fondo, los escritores y las escritoras somos cronistas de la especie. Yo misma me observo: de chica, en Montevideo, mientras hacía interminables fichas de películas para elaborar una historia del cine, pensaba que perdía mucho tiempo, que en el futuro habría una máquina capaz de arachivar todos esos datos, y que al apretar un botón, me saliera la filmografía completa de Bergman o de Fellini.
Reuní esos cuentos y los presenté al premio NH Mario Vargas Llosa. Ganó, entre más de 250 libros inéditos.

Uno de sus libros de poesía se llama Habitación de hotel, ¿considera la habitación un espacio especialmente atractivo para la creación?

Cristina Peri Rossi:
Habitación de hotel, mi libro de poemas, que ganó el premio internacional de poesía Ciuadad de Torrevieja, hace cuatro años, tomó prestado su título del cuadro homónimo de Eduard Hopper. Adoro la pintura, especialmente el hiperrealismo, y Hopper es uno de mis pintores favoritos. Creo haber sido la primera escritora que utilizó uno de sus cuadros como portada de uno de mis libros, hace más de treinta años. El libro es de realtos, se llama El museo de los esfuerzos inútiles y lo editó Seix-Barral. Publiqué también, en Lumen, un libro de poemas, titulado Las musas inquietantes: cincuenta poemas sobre cincuenta cuadros, donde hay uno dedicado a Hopper. Creo que es uno de los pintores que ha expresado mejor la soledad de las grandes ciudades, un tema romántico que a mí me fascina.
A mí me gustan mucho los hoteles. Tienen la medida exacta que necesito para vivir: la intimidad y la soledad de una habitación –compartida o no- y una serie de servicios imprescindibles para vivir. De esa manera, la soledad es menos solitaria, pero a la vez, se conserva la intimidad.



Entrevista a Cristina Peri Rossi

para Anika Entre Libros
Por Manel Haro

Abril 2007

Cristina, has escrito cuentos, poesía, novela, ensayo… En poco tiempo han aparecido un volumen con tus cuentos completos y un poemario. ¿Te sientes igual de cómoda en la narrativa que en la poesía?

Cristina Peri Rossi:
Escribo en todos los géneros, depende de lo que quiera decir y de cómo lo quiera decir. Hace unos años, por ejemplo, publiqué un libro de poemas eróticos muy lírico: Babel bárbara, enseguida una novela sobre el delirio amoroso, muy intimista (Solitario de amor) y después, un ensayo sobre las fantasías eróticas, con ese título, precisamente. Eran libros individuales, pero en el conjunto de mi obra (y yo siempre tengo en cuenta mi obra completa) eran complementarios.


Precisamente el poemario ha recibido el Premio de Poesía Ciudad de Torrevieja. ¿Qué se siente cuando después de tantos años de dedicación a una le siguen cayendo premios?

Cristina Peri Rossi:
Yo me presento a algún premio –a pocos, en verdad- sólo cuando necesito dinero. Y he recibido algunos de los cuales me siento muy orgullosa que no tenían dotación económica. Por ejemplo, el premio Don Quijote, del 2005, concedido por votación secreta por los escritores de la Asociación de Escritores de España, por mi libro de poemas Estrategias del deseo.


¿Es difícil sorprender o despuntar en la poesía actual?

Cristina Peri Rossi:
La buena poesía siempre sorprende por su emoción y su eficacia (decir mucho en pocas palabras). No sorprende la poesía convencional, trillada.


Entremos al poemario. Algunas partes de “Habitación de hotel” se presentan como un cuadro de Hopper. Pero las imágenes de Hopper no entran por primera vez en tu poesía. En otros poemarios, por ejemplo en “Estrategias del deseo”, hemos podido percibir a esa mujer, al yo poético, en actitud de espera, de recogimiento, en balcones, en bares...

Cristina Peri Rossi:
Fui la primera escritora en España que publicó un libro cuya portada era un cuadro de Hopper. Eso ocurrió hace muchos años; fue en l983, con el libro de relatos El museo de los esfuerzos inútiles, que tuvo tres ediciones. El cuadro era Oficina en Nueva York, de Hopper, de l962. La portada la elegí yo, porque entonces, en Seix Barral, me dejaban elegir las portadas de mis libros. Casi siempre, cuando escribo uno de mis libros, pienso en la portada ideal, y he tenido la suerte de que mis editores suelen aceptarla. Entonces, en 1983, debo decir que Hopper era un gran desconocido en España. Recuerdo que encargué a un amigo que iba a Nueva York que me trajera un libro con reproducciones de sus cuadros. El amigo era el editor Mario Muchnik y me lo trajo de regalo.
Pero la pintura ha sido una gran fuente de inspiración para mí, he encontrado en algunos pintores como Hopper, como Richard Estes o Bacon algunos sentimientos y emociones como los míos. Y como los de mucha gente. El arte no serviría para nada si no encontráramos en él un eco de algunas de nuestras propias vivencias, sueños o deseos. Mi libro de poemas Las musas inquietantes (el único no incluido en Poesía reunida, por la dificultad de reproducir los cuadros en un volumen que ya tenía casi mil páginas) fue llamado por Rafael Argullol “una pinacoteca generacional”. No escribí sólo sobre mis cuadros favoritos, sino sobre aquellos que me parecían más literarios. Hay muchos poemas dedicados a cuadros de Canaletto, Guardi, Magritte, Bacon, y creo que uno solo a Hopper.


En nuestra web han pasado ya tres poetas que se sienten auténticos admiradores de la obra de Hopper. ¿Quizá en la obra de Hopper haya más poesía en lo que imaginamos –intuimos- que en lo que vemos?

Cristina Peri Rossi:
Hopper es un gran pintor (pude ver algunos de sus cuadros en N. York y más recientemente en una exposición múltiple en Madrid) que expresa el sentimiento más contemporáneo: la soledad de las grandes ciudades, su fascinación y su dolor. Pero también ha pintado paisajes rurales, marinas, hasta perros. No vemos lo que hay, sino que proyectamos en lo que vemos lo que llevamos adentro. No sé si Hopper quería retratar la soledad de las grandes urbes, pero sé que nosotros vemos eso en sus cuadros.


Los viajes en avión, las salas de espera en aeropuertos… Ahora volar es más fácil y asequible, en “Habitación de hotel” lo dices. ¿Ha cambiado para ti la sensación de espera o de divagar en los aeropuertos y en los aviones?

Cristina Peri Rossi:
Sí, ha cambiado, lo digo en algunos de los poemas de Habitación de hotel. Ahora los aeropuertos están llenos de turistas con mochilas; el vuelo en avión se ha popularizado, hay vuelos charter, la gente se desplaza en esas latas de sardina con facilidad y con resignación; hay poco espacio, casi siempre tenemos que compartirlo con equipos de basket o voleibol llenos de machos muy hormonados que huelen a sudor y a testosterona o con chicos de instituto que llevan el aparatito de música enchufados al oído como una ortopedia. Se ha perdido la poesía del viaje en avión, que era, cómo no, nostalgia y soledad.


La poesía urbana cada vez tiene más adeptos, ¿a qué crees que se debe esto?

Cristina Peri Rossi:
A que la gente prefiere vivir en las grandes ciudades. El éxodo rural empezó en el siglo XIX. La gran poesía del siglo XIX también fue urbana: Baudelaire, Rimbaud, Walt Whitman. La ciudad es ambivalente: nos da la ilusión de una gran comunicación, pero al mismo tiempo, nos aisla, nos separa, nos vuelve anónimos.
Baudelaire fue el gran poeta de la ciudad moderna y en el siglo XX la línea fue seguida por otros poetas. Pero no es la única. En lengua castellana, que es la mía, y la que amo, tardó mucho tiempo en aparecer una gran poesía urbana, porque la lírica seguía emparentada con lo bucólico y con lo sentimental. En Vallejo ya comienza a sentirse la presencia de la ciudad, pero en la poesía de Neruda, en cambio, siendo tan completa, tan difícil de abarcar, tan sonora y metafórica, el sentimiento de la gran urbe suele estar ausente.


¿Entonces crees que se viven ahora más las ciudades que antes?

Cristina Peri Rossi:
Las ciudades se transforman rapidísimamente, de una manera demasiado veloz, diría yo, porque entonces, pierden historia. Es difícil encontrar en Barcelona, por ejemplo, las cafeterías que había cuando llegué, en l972, y entonces los lugares pierden esa calidad sacra (en el sentido laico de la palabra) que nos permite adueñarnos de ellas, convertirlas en parte de nuestra biografía. Ahora es casi imposible pasear y encontrar las calles iguales, o sitios que evoquen fragmentos de nuestro pasado en ciudades que cambian tan rápidamente. Es un escenario móvil, y la poesía tiende a fijar, a hacer perenne lo pasajero.


Las palabras, el abecedario, el léxico, las vocales, las consonantes… están presentes en “Habitación de hotel”, pero también en algún poemario anterior. ¿Pueden apresar las palabras toda la fuerza que uno siente o crees que las palabras liman nuestras emociones?

Cristina Peri Rossi:
Las palabras y las cosas no son lo mismo, de manera que la palabra tristeza no es el sentimiento de tristeza, pero lo evoca. En un libro inédito de poemas que publicaré algún día, digo, como aforismo: la palabra no designa, sugiere. Si digo “estoy angustiada”, le transmito a mi lector o a mi oyente una información, pero la emoción se comunica también a través de otros medios, no debemos olvidarnos: hay gestos de angustia, como hay gestos de ternura. En todo caso, creo que en la buena poesía las palabras recuperan algo de su poder de revelación primitivo.


Vaya, eso me recuerda a algún cuadro de Magritte. Cristina, tengo la sensación de que precisamente el tema de las palabras y demás que comentábamos antes aparecen aquí como homenaje a la lengua española.

Cristina Peri Rossi:
Siento un gran amor por la lengua española, con toda su diversidad; en España se dice grifo y en Uruguay canilla, y esto la enriquece enormemente. Me gusta cómo suena el castellano, me gusta cómo construye y estoy tan pegada a mi lengua que me resulta difícil hablar otra, aunque puedo leer algunas que no son la mía, siempre de origen latino.
Nunca entendí cómo Borges despreciaba el castellano y prefería el inglés; mejor dicho: lo entiendo desde el sentimiento de inferioridad de un colonizado. Borges quería ser inglés y escribió un castellano muy anglófilo, quizás por eso es un escritor al que considero sobreestimado. En cambio, Cervantes, o García Márquez gozan con el castellano y nos transmiten ese placer.


Teniendo en cuenta que eres una mujer que ha viajado mucho, ¿tu poesía pertenece a cada una de esas ciudades en las que has estado o es más afín al paisaje urbano de Barcelona?

Cristina Peri Rossi:
Uno de mis libros de poemas recogido en Poesía reunida (“Europa después de la lluvia” está dedicado casi exclusivamente a recrear poéticamente la ciudad de Berlín, en la época del muro, que es cuando yo viví algunos meses en ella. Pero no suelo hablar de las ciudades modernas en particular, sino de “la ciudad” como urbe, como símbolo de la vida contemporánea. Creo que soy una de las escritoras mujeres más contemporáneas, a pesar de que ya no soy tan joven.


Dices “una vez perdí una guerra, perdí un país, perdí una casa…”. ¿Se acaba uno/a de reponer de un exilio (dos en tu caso)?

Cristina Peri Rossi:
De las pérdidas una no se repone nunca; las transforma el paso del tiempo. Se llora lo perdido, hasta que la nueva realidad nos permite gozar otra vez. Hay un refrán que dice: Si lloras por la ausencia de la luna no podrás ver las estrellas. Hay que saber encajar las pérdidas como el coste que nos impone la vida, para ser más intensa. Quien nunca ha perdido nada tampoco ha ganado nada. Yo soy muy jugadora, soy adicta a casi todos los juegos, y sé que para ganar, hay que perder.


La noche es otro de los grandes temas del poemario. Supongo que eres de esas personas que se activan cuando el sol se pone.

Cristina Peri Rossi:
La noche siempre me ha gustado, me ha estimulado, me ha hecho sentir muy viva. Detesto el sol, el verano, la luz, quizás por mi constitución genética: nací casi albina, o sea, el sol me hacía daño y me lo sigue haciendo. Además, la noche es la hora en que me siento más libre, más soñadora. Soy ave nocturna, como dice mi madre. Hay menos gente por las calles, un poco más de silencio y el juego de luces nocturnas nos permite ocultar los aspectos más siniestros de la realidad. Aunque hay, también, noches siniestras, las noches de los solitarios, de los drogatas, de las prostitutas apaleadas, de las mujeres que saben que recibirán palizas de sus hombres borrachos o ensoberbecidos.


¿Por qué apuestas por un estilo tan directo en tu poesía?

Cristina Peri Rossi:
Depende de lo que quiero expresar. Si quiero decir: amo la noche, su densidad, no encuentro mejor manera de decirlo que de esa forma directa. En cambio, tengo libros de poemas completamente líricos, llenos de metáforas y de alegorías: Descripción de un naufragio, Europa después de la lluvia o Babel bárbara. El estilo no es el hombre, el estilo son todos los hombres y mujeres que me habitan, y hay una Cristina Peri Rossi muy lírica, muy metafórica, otra muy analítica, otra muy romántica, otra irónica, una muy sensual, otra metafísica, una sentimental y otra racional. Quiero expresarlas a todas, no a una sola.


En su día se hizo tu poesía reunida y ahora tus cuentos reunidos, ambos en Lumen. ¿Hay algún cuento al que tengas especial cariño por alguna razón concreta?

Cristina Peri Rossi:
Cuando tuve que “armar” el libro Cuentos reunidos (no están todos los cuentos, por un problema de tamaño: el libro hubiera tenido casi 1600 páginas) y los leí, tuve ganas de volver a escribirlos todos, otra vez, exactamente igual. No cambié ni un punto, ni una coma, ni una palabra. Como el personaje de Borges, Pierre Menard, que quiere escribir Don Quijote de la Mancha, pero sin cambiar una línea. Es más, tuve una pequeña crisis depresiva: comprendí, terriblemente, que estaban escritos definitivamente, que ya no volvería a sentirlos ni a escribirlos, quiere decir que había pasado mucha vida, mucho tiempo de mi vida, aunque fueran contemporáneos, como escritos ayer. Contra esa depresión, queda la esperanza de escribir otros.
Pero hay uno que me estremece especialmente. Se trata del cuento La rebelión de los niños, del libro del mismo título. Relata la sospecha que tiene el niño que narra la historia de no pertenecer a la familia, de ser hijo de padres asesinados por la represión militar. Entonces, cuando lo escribí, en Uruguay, en el año 1971, todavía no se había producido ningún secuestro de niños. Fue una premonición. Imaginé que los militares iban a secuestrar a mucha gente, entre esa gente habría mujeres embarazadas y que las matarían, después de parir, pero que entregarían los niños a “buenas familias”, para que los adoptaran. Me horroricé y escribí ese relato que es uno de los más terribles que he escrito en mi vida. Cuando la realidad confirmó mi sospecha, me sentí muy mal, me sentí culpable de haber imaginado tal horror. Pero recordé que Kafka había escrito que la literatura es, a veces, un reloj que adelanta. Me sentí menos culpable cuando me di cuenta de que yo había utilizado uno de los recursos más característicos de un buen escritor: colocarse en el lugar del otro. Yo me había colocado en el lugar de los militares y había imaginado qué iban a hacer. Pero podía imaginar también lo que sentirían los niños con esa sospecha.
Creo que hay dos facultades específicas que hacen al buen escritor: su capacidad de ponerse en el lugar del otro (hace pocos días leí que un novelista español decía que él no podía ponerse en el lugar de una mujer y recordé a Flaubert, que dijo: Madame Bovary soy yo) y su sensibilidad, su oído hacia la lengua en la que escribe. Sin ese oído, no hay escritor que valga, son cronistas.


Pues, Cristina, nos quedamos con esto último. Muchas gracias por tu tiempo.

Cristina Peri Rossi:
Gracias a ti, Manel.

Manel Haro © www.ciberanika.com